Bruno llegó en su noveno o décimo cumpleaños con su jaula en forma de casita y
pronto se convirtió en un elemento más de la decoración del comedor. A veces
pasaba tardes enteras mirándolo. Realmente parecía que se vigilaban mutuamente
en un cruce de miradas niño-pájaro típico de un spaguetti western de Leone casi compitiendo a ver quien desviaba
antes la vista. Como anticipando futuros estudios etológicos, solía dejar
abierta la puertecilla de la jaula durante horas, pero el periquito nunca se
atrevía a salir de su metálico y claustrofóbico hogar. No conseguía comprender
que, siendo el vuelo la cualidad principal de un pájaro, este no tuviera ningún
interés por ello. Incluso alguna vez optó por cogerlo suavemente y sacarlo al
mundo exterior pero, nada más soltarlo volvía raudo a la seguridad de su cubículo
dorado.
El animal disfrutaba de todos los cuidados que se le pueden
dispensar a estas pobres aves e incluso cuando pasaron unos años se le concedió
la compañía de una hembra con la compartiría una nueva jaula más grande, acorde
al aumento de la familia. De vez en cuando repetía el gesto de dejar la puerta
abierta y a veces cuando volvía al comedor veía a la hembra chocando contra el
cristal de la ventana mientras que Bruno se mantenía impasible en su jaula.
Ante tal comportamiento, su mente infantil llegó a la
conclusión de que el animal se sentía tan a gusto en su jaula que no necesitaba
salir para nada en absoluto. Se preguntaba qué pasaría por la pequeña mente del
ave cuando miraba de aquella manera a los que durante años ejercían de
dioses benefactores aportándole todo lo necesario para la subsistencia e
incluso más. Comprendió que la comodidad y, sobre todo, el miedo habían ganado
la batalla a la libertad. Por supuesto Bruno murió en su jaula y, él decidió en
ese momento no tener más pájaros ni más jaulas.
Conducía cansinamente camino del trabajo, desayunándose con
los recortes en las “intocables” Sanidad y Educación, con la prima por las
nubes y las expectativas por los suelos. De nuevo se repetía a sí mismo la misma
cantinela de los últimos años. Podía dar gracias, estar contento. Tenía
trabajo. Podía pagar religiosamente una casa que no sería suya, con un poco de
suerte, hasta dentro de 15 años. Podía llenar el depósito con ese líquido a
precio de Ribera del Duero y, de momento, aunque haciendo filigranas, podían
mantenerse a flote. Pensaba de nuevo en todo esto, medio abstraído al volante y
por un momento se acordó de Bruno, ese pájaro acomodado y miedoso que no quería
volar.
2 comentarios:
Plash, plash, plash...., brillante, Jesús.. y cierras el post con una frase de profundo calado..., quizás todos somos un poco Bruno, nos estan cortando las alas pero todos poseemos algo que tenemos perder si volamos hacia esa ventana, si atravesamos la puerta abierta. Quizás nos pase algo parecido a la adaptaciones de los vencejos a su vida permanentemente aerea, esas pequeñas patitas les impedierian alzar el vuelo desde el suelo, quizás nosotros ya no sepamos volar despues de tantas decadas con los brazos caidos.
Yo, que para nada soy de teorías conspiratorias, a veces pienso que llevan años "enseñándonos" a quedarnos quieticitos, a conformarmos con lo que nos dan, a no salirnos del camino y, desgraciadamente creo que los están consiguiendo (por lo menos por la parte que me toca). Uno, que siempre ha sido indeciso y conservardor, ahora empieza a ser además de esto resignado.
Un abrazo Pedro.
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