17 de mayo de 2012

Algo diferente


Decidió darle la espalda argumentando absurdas excusas de amante. La despechó esquiva, casi furtivamente. Sabía que no eran más que peleas de enamorados para disfrutar más de la reconciliación. Buscaba a otras, iguales pero distintas, que le hicieran sentir emociones diferentes, buscaba saborear sensaciones nuevas o revivir algunas casi olvidadas. Coronas pequeñas y plato grande. Desarrollos cómodos que elevasen la relación distancia-tiempo de manera directamente proporcional a su ego. Pistas con ridículos porcentajes de desnivel. Abultados kilometrajes que le permitieran presumir ante los legos en la materia.

Durante la primera hora se deslizó casi dejándose caer con un rodar cómodo y suelto para cruzar el Túria por segunda vez en el día, sirviéndose de sus aguas como efímero refresco, incapaz de oponer resistencia alguna a la potente pegada del sol de mediodía. Ascendía leve pero constantemente a través de la Rambla Castellana, vilmente explotada y herida en su tramo final por la mano del hombre en su afán de extraer, sin mesura ni condición, todo tipo de materiales a la madre naturaleza. Cruzaba entre cónicas y artificiales montañas de gravas de distintos calibres, dejando atrás el murmullo del río y su frescor. Pedaleaba rítmicamente por la tierra blanquecina, escoltado por el volar de los mirlos, las golondrinas y los bellísimos abejarucos, imbuido en la soledad de sus pensamientos, sólo alterados cuando se sumergía en auténticas lenguas de cantos rodados convertidas en traicioneras arenas movedizas. Avanzaba siempre acompañado por cientos de dípteros de todos los géneros y tamaños que, gentiles, se unían a su viaje enganchándose en su maillot o en cualquier parte –noble o no- de su cuerpo. Remontaba a ritmo ya cansino dejando atrás las casitas clónicas de Domeño, sintiéndose cada vez más acogido por una rambla que, por momentos, se tornaba estrecha y encajonada, mostrando entonces su vegetación más exuberante a base de zarzas, adelfas, higueras y una infinita variedad de herbáceas en floración que se encargaban de cubrir la totalidad de la paleta cromática. Tras alcanzar Casinos tocaba salir de ese útero materno en el que tan reconfortado se hallaba y pagar peaje en forma de kilómetros asfaltados en dirección a Alcublas para girar hacia el Este y tomar las pistas anchas y cómodas del Camino del Canal, fielmente escoltadas por infinidad Convolvulus y amapolas y, rodar siempre en ligero descenso entre cultivos de secano hasta llegar a Marines, desde donde, tras interrumpir la siesta matutina a un par de lagartos ocelados, completar el círculo y llegar a casa deseando, más si cabe, volver a retorcerse por las empinadas pistas de tierra roja de la Calderona.

3 comentarios:

Pedro Bonache dijo...

Hermoso relato Jesús, de esa otra Calderona, la de las enormes ramblas petreas, grisaceas, la de sus rios secos y la de su piedra gris, la de sus aromáticas y la de sus pistas blanquecinas y solitarias. El camino del canal es un viejo conocido, por él me fuí a Atapuerca en el verano del 2003.
Un abrazo Jesús, por cierto, la semana pasada vi mi primer lagarto ocelado, no era muy grande pero ahí estaba.

Tercera persona dijo...

Ya imaginaba que lo conocías. Por cierto Pedro ¿donde acaba? yo creo que una vez llegué poco más de Casinos hacia Losa pero me topé con la carretera y me di la vuelta.
Recuerdo haberte leído lo de Atapuerca pero no sabía que fuiste por el camino del Canal.

Pedro Bonache dijo...

Moskis, pues imagino que termina en el mismo Pantano de Benageber, yo en el viaje me salí de él despues de cruzar la carretera a la altura de Bodegas del Cmapo, ahí cogí una pista que me llevó hasta el camino de la Murta y de ahí hasta Bodegas de Pardanchinos y luego al Cerro Simón......, y fin de la etapa en Arcos de las Salinas...., en un dia, estuvo guay.