Estos días se despertaba con el sonido
de los enormes ventiladores traseros de los turboatomizadores que
rompían el silencio de madrugada con su particular silbido inundando
el ambiente de microgotas de insecticidas, acaricidas, fungicidas o
cualquier otro producto químico indispensable para el mantenimiento
de los cítricos. No importaba que no hubiera plagas o que, de
haberlas, no afectaran para nada a las características del fruto o
al propio árbol. El calendario de tratamientos era, es y será
sagrado para cualquier agricultor que se precie. Con la iglesia hemos
topado. Si hay que tratar, se trata.
Nada más salir notó el olor de los
aromatizantes incorporados en la formulación para avisar de la
presencia de un plaguicida. Resignado, aceleraba al máximo a su paso
por los campos que se estaban tratando, sin poder impedir que las
partículas químicas de síntesis penetraran hasta el último
alveolo pulmonar, más receptivo si cabe gracias al esfuerzo físico.
Sonreía ante la paradoja de apostar
por la idílica vida campestre huyendo de la ciudad. Allí respirarás
aire puro le decían algunos.
Ya de vuelta lo vio al borde del
camino, con la cabeza destrozada. Seguramente le pudo la tentación
del calor del asfalto y fue incapaz de reaccionar ante la rueda de
algún vehículo. Quizá fuese uno de los que se le cruzaron en el
camino hace unas semanas. Otra víctima más de la antropización. De
la huella de ese hombre incapaz de integrarse sin transformar,
incapaz de aprovecharse del medio sin destruirlo. De ese hombre que,
en su día, abrió los caminos por la Sierra y que ahora los
conserva, gracias al cual puede disfrutar los fines de semana sin
ningún remordimiento o culpabilidad.
De nuevo llegó a la conclusión de que
nada es perfecto y todo tiene sus inconvenientes. Al final todos
tenemos que pagar peajes que para algunos pueden resultar fatales.
2 comentarios:
De la misma forma que nadie ve llegar a los vencejos, salvo tu o yo, nadie ve morir a los lagartos ocelados, a esos miticos fardaxos de la huerta valenciana.
Cuando paseo con la manada entre los naranjos soy consciente de que paseo entre los restos de miles y miles d sustancias quimicas. Hace unas semanas un cazador me dijo.
- Si tus perros matan uno de los conejos que pastan entre los naranjos, no te lo comas ni dejes que se lo coman ellos.
Ayer mismo Pedro al llegar a casa ya anocheciendo con las enanas tuve que entrarlas corriendo porque el olor era muy muy fuerte... pero bueno, las desventajas de vivir en la frontera entre lo urbano y lo rústico.
Publicar un comentario