5 de julio de 2012

Fuego

Quería acercarse, pedalear hasta donde las ganas le llevasen, acompañar, con un gesto de inutil solidaridad, en su último aliento a ese monte que se desaparecía por horas. Al subir la primera cuesta de asfalto, levantó la cabeza y se estremeció. No veía sus montañas. El humo lo cubría todo de un manto gris oscuro, ahogando a un sol desconocido y anaranjado cuyos rayos luchaban mortecinos por traspasar los billones de partículas de cenizas que tapaban el cielo. La boca reseca buscaba el aire fresco inexistente y se impregnaba de olor a madera quemada, madera procedente de los montes de Andilla, Lliria, Alcublas o Gátova y Altura, ya dentro de la Sierra Calderona.
Transitaba por Portixol en total soledad entre el humo y la lluvia de cenizas y acículas negras y sombrías, casi como un espectro, siguiendo la pista de la Gota hasta girar a la derecha por el desvío de la Font de la Abella. Arriba arreciaba el viento, ese viento aliado de las llamas que hace imposible cualquier acción humana de control. Desde el mirador el aspecto desolador se completaba con el humo del incendio de Dos Aguas que cubría el horizonte por el Sur.
Se dejo caer hasta La Abella sin poder dejar de pensar en la destrucción, en la desolación, en los millones de seres vivos muertos,  en las cicatrices dejadas en la tierra y reducidas a colores en un mapa desde el satélite en el telediario de turno. Pensaba que era una lástima que esto no sirviera para nada, que esto no fuera a cambiar nada. Sabía que para la gran mayoría, todo acabaría cuando las cenizas dejaran de ensuciar el capó del coche y su selección de futbol ganara el europeo. Que las familias que perdieron a alguien o que perdieron sus viviendas, que los montes calcinados, que toda la vida destruida, pasarán al olvido más absoluto de los demás, salvo de los cuatro locos egoístas que aman la naturaleza, que la disfrutan y que la necesitan. Cuatro locos que se pasarían el día admirando florecillas, bichejos o viendo el color de la panza de los vencejos a los que les el fuego les ha dejado una cicatriz en su interior casi tan grande como la de la propia montaña.
Al final no podía evitar pensar en todo esto y sumirse en un sentimiento de profunda tristeza, impotencia y desesperación.

1 comentario:

Pedro Bonache dijo...

Bueno Jesús..., voy a ser breve..., y casi mejor no decir nada, callar y levantar la vista buscando eso que has descrito...., la panza de un vencejo, ellos por lo menos pudieron escapar del horror.