Quería acercarse, pedalear hasta donde las ganas le
llevasen, acompañar, con un gesto de inutil solidaridad, en su último aliento a ese monte que se desaparecía por
horas. Al subir la primera cuesta de asfalto, levantó la cabeza y se
estremeció. No veía sus montañas. El humo lo cubría todo de un manto gris
oscuro, ahogando a un sol desconocido y anaranjado cuyos rayos luchaban
mortecinos por traspasar los billones de partículas de cenizas que tapaban el
cielo. La boca reseca buscaba el aire fresco inexistente y se impregnaba de
olor a madera quemada, madera procedente de los montes de Andilla, Lliria,
Alcublas o Gátova y Altura, ya dentro de la Sierra Calderona.
Transitaba por Portixol en total soledad entre el humo y la
lluvia de cenizas y acículas negras y sombrías, casi como un espectro,
siguiendo la pista de la Gota hasta girar a la derecha por el desvío de la Font
de la Abella. Arriba arreciaba el viento, ese viento aliado de las llamas que
hace imposible cualquier acción humana de control. Desde el mirador el aspecto
desolador se completaba con el humo del incendio de Dos Aguas que cubría el
horizonte por el Sur.
Se dejo caer hasta La Abella sin poder dejar de pensar en la
destrucción, en la desolación, en los millones de seres vivos muertos, en las cicatrices dejadas en la tierra y
reducidas a colores en un mapa desde el satélite en el telediario de turno.
Pensaba que era una lástima que esto no sirviera para nada, que esto no fuera a
cambiar nada. Sabía que para la gran mayoría, todo acabaría cuando las cenizas
dejaran de ensuciar el capó del coche y su selección de futbol ganara el
europeo. Que las familias que perdieron a alguien o que perdieron sus viviendas,
que los montes calcinados, que toda la vida destruida, pasarán al olvido más
absoluto de los demás, salvo de los cuatro locos
egoístas que aman la naturaleza, que
la disfrutan y que la necesitan. Cuatro locos
que se pasarían el día admirando florecillas, bichejos o viendo el color de la
panza de los vencejos a los que les el fuego les ha dejado una cicatriz en su
interior casi tan grande como la de la propia montaña.
Al final no podía evitar pensar en todo esto y sumirse en un
sentimiento de profunda tristeza, impotencia y desesperación.
1 comentario:
Bueno Jesús..., voy a ser breve..., y casi mejor no decir nada, callar y levantar la vista buscando eso que has descrito...., la panza de un vencejo, ellos por lo menos pudieron escapar del horror.
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