19 de julio de 2012

451


Constituía  un  placer  especial  ver  las  cosas  consumidas,  ver  los  objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, empujar a un malvavisco  hacia  la  hoguera,  en  tanto  que  los  libros,  semejantes  a  palomas aleteantes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en torbellinos incandescentes y eran aventados por un aire que el incendio ennegrecía.
Farenheit 451 (Ray Bradbury, 1953)

La observaba absorto, sorprendido de su habilidad, adquirida en unas pocas horas, para manejarse con la pantalla de la tablet coordinando los dedos en una especie de danza armoniosa y rítmica. Por un momento le pareció ver en la cara del chico de MediaMarkt a Lamark sonriendo satisfecho mientras imaginaba a las futuras generaciones con unos dedos extralargos y con movilidad independiente e ilimitada.
- Venga Peque que nos tenemos que ir.
- Espera… ahora que he conseguido conectarme.
-Vale, que nos están esperando en casa.
- Buff…
- Mira que te gustan todas esas pantallitas... ¿Cómo llevas el deber de vacaciones?
- Me quedan 6 páginas de mate y ya lo habré acabado todo….bueno y terminar el libro que tengo que leer…
- Pues cuando acabes lo de mate te compro otro libro que te guste y te lo lees.
- No me gusta ningún libro y no pienso leer más…ya te lo he dicho muchas veces…¡que no me gusta leer!
A pesar de sus esfuerzos tan cansinos como infructuosos de que sus hijas descubrieran que eso que tiene muchas hojas con letras era casi siempre mucho mejor que el último estreno en 3D, no había forma humana. Sentía que la necesidad de abrirles esa ventana era cosa suya y que todo se ponía en su contra. Veía enemigos por doquier, especialmente las maravillosas tecnologías de comunicación actuales. Lo fácil. El toque digital a una pantalla que te lo da todo hecho. Pasividad absoluta. La mente humana receptora de miles de imágenes y documentos que salen a la misma velocidad que entran. La memoria instantánea frente al recuerdo imborrable de historias imperecederas.
Pensaba en todo esto y se daba cuenta de que, en el futuro, Montag no será necesario, no harán falta bomberos que reduzcan los libros a cenizas, que los persigan hasta exterminarlos como la plaga más dañina para la mente humana, con que perduren las compañías de telecomunicaciones será más que suficiente. Ellas siempre velarán por que la (su) información siga fluyendo,  adormeciendo a las masas, distrayéndolas con modas absurdas convertidas en necesidades imperiosas. Evitando cualquier chispa de lucidez y raciocinio.

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