Constituía un
placer especial ver
las cosas consumidas,
ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la
punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente
escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza
y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del
fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con
su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su
impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el
pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó
rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores
rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas.
Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, empujar a un
malvavisco hacia la
hoguera, en tanto
que los libros,
semejantes a palomas aleteantes, morían en el porche y el
jardín de la casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en
torbellinos incandescentes y eran aventados por un aire que el incendio
ennegrecía.
Farenheit 451 (Ray Bradbury,
1953)
La observaba absorto, sorprendido de su habilidad, adquirida
en unas pocas horas, para manejarse con la pantalla de la tablet coordinando los dedos en una especie de danza armoniosa y
rítmica. Por un momento le pareció ver en la cara del chico de MediaMarkt a Lamark
sonriendo satisfecho mientras imaginaba a las futuras generaciones con unos dedos
extralargos y con movilidad independiente e ilimitada.
- Venga Peque que nos
tenemos que ir.
- Espera… ahora que he
conseguido conectarme.
-Vale, que nos están
esperando en casa.
- Buff…
- Mira que te gustan
todas esas pantallitas... ¿Cómo llevas el deber de vacaciones?
- Me quedan 6 páginas
de mate y ya lo habré acabado todo….bueno y terminar el libro que tengo que
leer…
- Pues cuando acabes
lo de mate te compro otro libro que te guste y te lo lees.
- No me gusta ningún
libro y no pienso leer más…ya te lo he dicho muchas veces…¡que no me gusta
leer!
A pesar de sus esfuerzos tan cansinos como infructuosos de
que sus hijas descubrieran que eso que
tiene muchas hojas con letras era casi siempre mucho mejor que el último
estreno en 3D, no había forma humana. Sentía que la necesidad de abrirles esa
ventana era cosa suya y que todo se ponía en su contra. Veía enemigos por
doquier, especialmente las maravillosas tecnologías de comunicación actuales.
Lo fácil. El toque digital a una pantalla que te lo da todo hecho. Pasividad
absoluta. La mente humana receptora de miles de imágenes y documentos que salen
a la misma velocidad que entran. La memoria instantánea frente al recuerdo
imborrable de historias imperecederas.
Pensaba en todo esto y se daba cuenta de que, en el futuro, Montag
no será necesario, no harán falta bomberos que reduzcan los libros a cenizas,
que los persigan hasta exterminarlos como la plaga más dañina para la mente
humana, con que perduren las compañías de telecomunicaciones será más que
suficiente. Ellas siempre velarán por que la (su) información siga fluyendo, adormeciendo a las masas, distrayéndolas con
modas absurdas convertidas en necesidades imperiosas. Evitando cualquier chispa
de lucidez y raciocinio.
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