Las ramas carbonizadas rozaban sus extremidades. Trazos
negros dibujados por esqueléticos dedos, finos y huesudos, que marcaban su
cuerpo y sus ropas como aferrándose a lo vivo, como intentando señalar a la
especie culpable. Miles de apéndices inertes que le rodeaban en un paisaje de silencio
infinito, mezcla de negro sobre gris, de angustia y resignación.
Alcublas, septiembre
de 2012
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