Le lanzó una mirada altiva cuando
se sintió a salvo en su atalaya del tejado de la casa, como si nada de este
mundo fuera con él. Como si segundos antes no hubiera estado a punto de ser
engullido por su prima la serpiente. Había observado atónito la escena, a un
par de metros de distancia, casi como si fuera el presentador de un documental
de La 2. La serpiente perseveraba en su intento de caza, acuciada por el hambre
y ajena a los ojos que la observaban. La pared de la vivienda salvó a la agama
que, gracias a sus uñas, trepaba ágilmente por los bloques artesanales de cemento
y arena, componente principal de las casas en la zona.
Él las observaba curioso y
sorprendido por como todas las personas del poblado las ignoraban, a pesar de
pasarse todo el día tomando el sol en las paredes de las casas o en los tejados
y entrando y saliendo de las casas humanas que en realidad también eran las
suyas.
Disfrutaba de cada paso, de cada
inspección, de cada abrazo de los infinitos niños que les saludaban y les seguían
como si fueran la única distracción del pueblo. Observaba con ojos nuevos, cada
forma de vida, vertebrada o invertebrada, sabiendo que debía aprovechar al
máximo su escaso tiempo.
Buscaba en cada casa, el cada
acúmulo de agua, charca o estanque la presencia del vector, del famoso Anopheles. Observaba en cada familia
como les era imposible recordar las veces que habían padecido malaria, ni
siquiera en el último año. Apercibía ese acomodo a la enfermedad, a las plagas,
a la vida humilde, sin hambruna pero sin el más mínimo resquicio de abundancia.
Observaba a estas personas, capaces de soportar temperaturas extremas, de
habitar viviendas precarias, de no tener capacidad económica para afrontar con
éxito enfermedades que aquí son meros recuerdos del pasado. Los veía cada día y
cada día se sorprendía de su sonrisa constante, de su amabilidad, de su
respeto, de su carácter abierto y comunicativo. Los veía y no dejaba
de envidiar sus valores, su sencillez y su felicidad tan real como ese mal con el que convivían de manera ancestral y que tan difícil será sacar de sus vidas.
2 comentarios:
Has usado la palabra clave..., que convivian con ese mal ancestral, con ese mosquito que acompañaría a nuestros ancestros, hasta que algunos de ellos decidieron explorar aquellos horizontes, quizás escapando del hambre, de la malaria y descubriendo nuevos mundos y poniendo las simientes de otros humanos.
Los que quedaron allí pasaron a formar parte del mismo polvo y de la misma tierra,del entorno aspero y duro, adaptandose a esa forma de vida que tan brillantemente has presentado.
No sé si escapando del mosquito o buscando una vida mejor...al final volvemos a hace unos posts: Todo sigue igual. La gente sigue intentando mejorar pero también te digo que vi mucha alegría, me atrevería a decir que mucha más que aquí...seguiré dando la paliza unos posts más Pedro.
Un abrazo compañero.
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