Recorría la pista ascendente hacia la fuente de Potrillos, arropado por los pinos que
lo escoltaban y que, sin pretenderlo, le
protegían del sol que asomaba altivo, como sabedor de que había ganado la
batalla un año más, casi consciente de que había llegado su momento. Por fin
parecía que se había impuesto no sin lucha a un invierno caprichoso, que tardó
en manifestarse pero que lo hizo hasta el final empleando todas las armas a su
alcance.
Subía, como siempre, a su ritmo, observando las copas de los árboles
quietas como casi no las recordaba. Disfrutando del único sonido de sus
neumáticos contra el rodeno. Capturando y procesando los tan esperados colores y los
olores primaverales. Sintiéndose por unos momentos poseedor de su tiempo, en
total libertad, aprovechando cada momento de ese espectacular primer día de
verdadera primavera que la naturaleza le ofrecía con una generosidad infinita.
Sabía que no siempre sería así, que, como al le acababa de pasar al
invierno, algún día intentaría salir y no podría. Que algo pasaría. Algo que le
iría apartando de la montaña, de la bicicleta, de todo lo demás. Que, como al
invierno, algo más fuerte vendría y se impondría, poco a poco pero con una
sutil firmeza. A veces pensaba en ello,
en cómo serían esos momentos, en qué haría, en cómo reaccionaría, pero
rápidamente intentaba redirigir esos pensamientos o simplemente ignorarlos. No
pensar. Concentrarse en la siguiente pedalada, en la siguiente curva. Vivir el
momento.
De nuevo la primavera lo había logrado. Una nueva victoria por la mínima
y van 45.
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