10 de marzo de 2011

Bichos (II)

El renacentista murió matando. Imperaba la especialización más radical. Del conocimiento más exhaustivo a la absoluta ignorancia sólo había un paso. Cada uno atrapado en su urna de madera y cristal con olor a esencia de nirvana o nitrobenceno, sin querer ni poder saber nada de las urnas de los demás. Taburetes como cubículos que limitaban el espacio virtual propio y ajeno. Su terreno del terreno de los demás. Defendidos a capa y espada. Posesiones de quita y pon, alquileres sin opción a compra.
El zoom fue vertiginoso, de una vista general a una microscópica en cuestión de segundos. El mismo tiempo empleado para pasar de puntillas por los grandes grupos taxonómicos, Filos, Clases, Órdenes... para súbitamente ir directos al meollo, para perderse en el entramado de Familias, géneros y especies… casi como intentar vaciar el océano con un vaso. Al centrarse en una sola Familia, parecía tener la sensación de que le daban un pequeño capítulo de un fascículo de toda la Enciclopedia, lo demás se fundía en negro. Aún así demasiado para leer en sólo una vida. La belleza general se sustituía por la belleza del detalle. Trocánteres, antenas filiformes, venaciones alares, esternitos, peciolos, coxas, uñas, ocelos, espinas y tarsos, pigmentaciones y brillos metálicos. Los ojos oscilaban en un baile rutinario entre la lupa binocular y el entramado de las claves taxonómicas intentando encontrar un camino de salida del laberintico aluvión de variantes, descripciones y nombres latinos. La breve alegría del acierto desaparecía rápidamente al levantar la mirada y observar las pilas de cajas con ejemplares sin determinar.

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