24 de marzo de 2011

El destino

El otro día, tras ver El curioso caso de Benjamin Button, resurgió en su menta aquella pregunta que siempre le fustigaba. Últimamente la había acallado con grandes dosis de hiperactividad física junto con un intencionado no mirar más allá de la semana próxima. Había acordado consigo mismo no planificar más de lo que podría hacer en los 7 días venideros y aún así, dados los cercanos y imprevisibles acontecimientos, era mucho pedir. Pero, de nuevo, tras la película de Fincher y su repetida afirmación de que no somos dueños de nuestro destino volvió a resurgir más fuerte que nunca su eterno dilema.
La responsabilidad siempre le agobiaba en exceso, su necesidad de tener atado hasta el mínimo acto le provocaba una increíble desazón, convertida en ocasiones en auténtico pavor, a la incertidumbre del futuro. Para él no existía eso de disfrutar del presente, ya que lo pasaba planificando el futuro próximo y lejano. Todo esto unido a las continuas cuestiones sobre el acierto de decisiones pasadas le sumían en un estado de intranquilidad del que no podía escaparse salvo en contados momentos. Los prolongados ratos de hastío en horario laboral abonaban el terreno en el que crecían de manera exponencial todos estos sentimientos.
Decidió luchar contra todo esto atacando el origen. Su mente enfermizamente racional era el origen de todos sus miedos pero también podría ser el arma definitiva para combatirlos. Decidió volver a su lógica de previsión semanal, pero eso no parecía suficiente. La sombra del futuro a medio plazo siempre surgía. Buscó y rebuscó un arma definitiva. ¡Ya está!. Pensó en establecer un orden de prioridades. Eso sería perfecto. Analizándolas se daría cuenta de que hoy por hoy tenía sus principales objetivos cubiertos y, eso no es poco, se repetiría para sí mismo hasta la extenuación. Sin duda esto lo tranquilizaría. Todo era cuestión de prioridades. Seguro que no cumplir la sexta o séptima prioridad no sería un drama. Tras mucho pensar, elaboró una lista que tituló “Mis prioridades: Lista provisional”. Una cosa tan importante no podía redactarse rápidamente. A partir de aquí crearía la lista definitiva, aunque con posibilidad de modificaciones conforme se fueran cumpliendo los ítems.
Cuando se dio cuenta tenía un listado con casi 30 objetivos, por estricto orden prioritario, de los que sólo cumplía los 8 primeros. A partir de ahí lograr el siguiente objetivo suponía un esfuerzo cada vez mayor, que aumentaba de manera directamente proporcional al número de cada prioridad. Cada objetivo propuesto derivaba en varios que se entrelazaba con otros y dependía de varios para su consecución, lo que provocaba que intentar lograr uno de ellos le llevara a plantearse 3 o 4 nuevos.
Cada noche, con la lista en la mesilla, se replanteaba cada punto buscando simplificar la pirámide invertida en la que se había convertido el listado, pero la gran mayoría de veces le llevaba a bucles sin salida que le obligaban a retomar y replantearse sus prioridades logradas.
Todo acabó la noche en que despertó sobresaltado con la imagen del listado fresca en su mente. Había incumplido la 6ª prioridad: Dormir bien. Cogió la lista, la hizo pedazos y la arrojó a la basura. Entonces se percató de lo complicado que resulta cambiar la naturaleza humana. Esa noche no tardaría en conciliar el sueño. Por lo menos esa noche. Mañana sería otro día. Cayó dormido pensando en que hora del día podría planificar sus próximas semanas.

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