23 de junio de 2011

Asfalto


Iba por rachas. Muchas veces se sentía irresistiblemente atraído por ellas. Esbeltas. Ligerísimas. Sintéticas. De formas suaves, cálidas y redondeadas. Y más que nada silenciosas. Sobre todo silenciosas. Calladas y eficaces. Directas y ahorradoras. Las veía por la televisión y las deseaba todavía más. Nostálgico de momentos épicos recordaba sus kilometradas de aficionado de tercera y sus pájaras de juventud. El rodar fino y potente, la caricia suave a las manetas integradas y el desplazamiento casi imperceptible de la cadena sobre los diminutos piñones. De pronto se imaginaba rodando acoplado con las manos en la parte baja del manillar y las piernas chocando sobre su pecho, sin cansancio, ni ruidos, sin piedras, curveando y ganando metros en cada giro. Perseguido por un pelotón invisible que nunca le alcanzaba... Hasta que el rugido del motor del camión hizo temblar los cristales de las ventanas y le devolvió a la cruda realidad. Hoy por hoy el ciclismo de carretera es casi como jugar a una lotería macabra en la que casi nada depende del ciclista. Benditas piedras.

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