Colocaba una y otra vez al crisomélido en la mitad del
palito y sistemáticamente, una y otra vez, ascendía decidido hacia el extremo
superior. Una vez allí, tras escasos segundos de analizar la situación, de que
ocelos y omatidios mandaran las señales a su protocerebro, y que sus antenas y
sensilias recogieran los cambios en el ambiente, desplegaba sus élitros y
volaba torpemente hasta aterrizar en la mata más próxima.
Tras varias repeticiones el comportamiento seguía siendo
exactamente el mismo. A pesar de la experiencia parecía no existir aprendizaje
alguno. El abanico de posibles soluciones era dinamitado por la
acción-reacción, por el momento, sin tener en cuenta lo sucedido segundos
antes. Parecía como si al escarabajo no le importara lo más mínimo lo que acaba
de suceder ni lo que, a ciencia cierta, sucedería segundos más tarde y,
ejecutara la acción que le dictaba sus instintos de artrópodo.
Se tumbó sobre la seca vegetación mirando las nubes oscuras
y amenazantes que discurrían aceleradas, con el único sonido del viento y
respirando a tierra, tomillo y romero.
Por unos instantes dejó de pensar en mañana, incluso en las horas siguientes. Concentró
su mente en nada y en todo, envidiando la sencillez de otros, deseando poder
afrontar la vida de otra manera, mirarla con otros ojos. Quizás no era tan
complicado. Por un momento incluso llegó a convencerse de poder hacerlo.
Cuando se levantó, el coleóptero seguía en la misma
esparraguera donde fue a parar tras su enésimo aterrizaje, quizás esperando
algún tipo de estímulo externo que le hiciera reaccionar exactamente de la
misma manera en que lo había hecho anteriormente.
Bendita simplicidad.
2 comentarios:
"Envidiando la sencillez de otros...", después de deleitarme con tu observación de campo, vuelves a hacerme gozar con la conclusión aplicable a homo. Un placer Jesús.
Pues si Pedro, muchas veces nos complicamos (o nos complican) la vida demasiado, sobre todo con las cosas que no son importantes.
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