22 de diciembre de 2011

Claroscuros


Esta vez se equivocó.
Pensó que, como siempre, podía ser el remedio temporal que le permitía afrontar los próximos días con mayor optimismo que de costumbre. El salvoconducto que le catapultara a las primeras fechas del año pasando por encima estas semanas de obligaciones festivas y laborales.
Pero la necesidad le cegaba. No veía más allá de sus recuerdos estivales, donde surcaba sus senderos favoritos bajo un amanecer fresco y silencioso, donde recorría las zonas de umbría de la Sierra captando ese frescor de la tierra aún mojada por la última tormenta veraniega.

Tardó poco en despertar del sueño. El viento, frío y cortante, le bloqueaba cada músculo. Trataba de enroscarse entre el cuadro como buscando refugio acurrucándose entre su helada estructura metálica. Siguió adelante, confiado en entrar en calor con el paso de los kilómetros, pero no fue así. Se sentía un extraño en aquellas pistas mil veces transitadas. No parecían los mismos árboles, las mismas casas, las mismas montañas. Su mente entumecida era incapaz de sacudirse esa sensación y organizar al resto del organismo. Trató de plantearse objetivos a corto plazo para ir superándolos como siempre hacía cuando llegaba al límite de sus fuerzas. Pero algo no funcionaba. Se encontró vacío, extenuado, derrotado antes de comenzar la batalla. Afrontó las primeras rampas por mera inercia, entregando sus pocas fuerzas al viento egoísta y acaparador que le mermaba en cada pedalada. El pulgar buscaba instintivamente la añorada corona de 36. Abría la boca casi balbuceando intentando inhalar algo más de oxigeno con el que alimentar sus acomodados pulmones, víctimas del sedentarismo otoñal.

Acuciado como siempre por el reloj, la ansiedad le podía. Se olvidó de todo. Su mente sólo pensaba en acortar, en regresar. El patético conservacionismo. El caracol que se esconde a esperar acontecimientos. Se olvidó del paisaje, de los sonidos de los pájaros. Todo era gris, el cielo, cenizo, la tierra, áspera y apagada. No había colores, ni olores, sólo viento, frio y penumbra. Afrontó la bajada, eterna y gélida, temeroso y cauto como un principiante, con los dedos entumecidos accionando los frenos más de la cuenta. Las piernas seguían pesadillescas, sin responder, aletargadas, como preguntándose por qué les obligaban justamente a trabajar hoy.
El también se lo preguntaba.
Pensó que, otra vez, esos momentos podían ser el remedio, el bálsamo, la medicina milagrosa. Esta vez se equivocó.

2 comentarios:

Pedro Bonache dijo...

Siento mías tus letras, tus sentimientos, tus sensaciones, esa necesidad de acortar, sentir la premura mordiendote en la nuca, esa ansiedad que te impide sentir a la serranía..., tranquilo, hay veces que los bálsamos no funcionan, pero no es por esos unguentos mágicos, somos nosotros mismos que estamos como disociados de nuestro mismo ser A veces ocurre, percibes el día y la pedalada triste y oscura..., y tampoco pasa nada, los claroscuros se disiparán y recuerda amigo, que como solia murmurar mi padre " a Nadal, el dia s´allarga un pas de pardal...", volverá la luz, la primavera, el estio.

Tercera persona dijo...

La verdad es que ese domingo fue como cuando te dan un bofetada que te quedas sin saber como reaccionar... con esa premonición que da la experiencia de saber que no va ser un buen día desde la primera pedalada.
Supongo que fue un poco de todo como dices, la ansiedad, la premura, estas semanas malas...
Pero como bien decía tu padre ya alarga y empezamos a ver todo con otros ojos.
Un abrazo Pedro.